Decían, pues,
los Cañaris, que, en tiempos muy antiguos, habían perecido todos los hombres
con una espantosa inundación, que cubrió toda la tierra. La provincia de
Cañaribamba estaba ya poblada, pero todos sus habitantes se ahogaron, logrando
salvarse solamente dos hermanos varones en la cumbre de un monte, el cual, por
eso se llamaba Huacay-ñán o camino del llanto. Conforme crecía la inundación,
se levantaba también sobre las aguas este cerro: los antiguos moradores, que,
huyendo de la inundación se habían subido a los otros montes, todos perecieron,
porque las olas cubrieron todos los demás montes, dejándolos sumergidos
completamente.
Los dos
hermanos, únicos que habían quedado con vida después de la inundación, de la
cueva en la que se habían guarecido salieron a buscar alimento; mas ¿cuál no
fue su sorpresa, cuando, volviendo a la cueva encontraron en ella manjares listos
y aparejados, sin que supiesen quién los había preparado? Esta escena se
repitió por tres días, al cabo de los cuales, deseando descubrir quién era ese
ser misterioso que les estaba proveyendo de alimento, determinaron los dos
hermanos que el uno de ellos saldría en busca de comida, como en los días
anteriores, y que el otro se quedaría oculto en la misma cueva. Como lo
pactaron así lo pusieron por obra. Mas he aquí que estando el mayor en acecho
para descubrir el enigma, entran de repente a la cueva dos guacamayas, con cara
de mujer; quiere apoderarse de ellas el indio, y salen huyendo. Esto mismo pasó
el primero y el segundo día.
Al tercero, ya
no se ocultó el hermano mayor sino el menor: este logró tomar a la guacamaya
menor, se casó con ella y tuvo seis hijos, tres varones y tres hembras, los
cuales fueron los padres y progenitores de la nación de los cañaris. La leyenda
no dice nada respecto de la suerte del hermano mayor, pero refiere
particularidades relativas a las aves misteriosas: las guacamayas tenían el
cabello largo y lo llevaban atado, a usanza de las mujeres cañaris; las mismas
aves fueron quienes dieron las semillas a los dos hermanos, para que sembraran
y cultivaran la tierra. Estimulados por esta tradición religiosa, los cañaris
adoran como a una divinidad particular al cerro de Huacay-ñán.
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