Un día se reunió la plana mayor de los pájaros en una pradera.
Todos estaban presentes: el cernícalo, el halcón, el búho, el cóndor y el
gavilán. El cóndor les contó a los demás que había hecho un viaje grandioso, el
más largo y alto, y había llegado lejísimos, hasta las puertas mismas del mundo
superior.
Entonces apareció volando el picaflor y le dijo: -Eso
es cierto, hermano cóndor, pero yo he entrado por las puertas hasta el trono de
Dios, que está en el centro del Hanakpacha. Entonces el cóndor y el picaflor
apostaron, poniendo a los demás pájaros de testigos, que cada uno era capaz de
volar al centro del Hanakpacha.
Llegó el día que debía celebrarse la competencia y
sólo apareció el cóndor. Todos los pájaros se habían reunido para presenciar el
evento y estuvieron allí esperando, pero el picaflor no se veía en ninguna
parte.
Los pájaros le dijeron al cóndor que "una apuesta
era una apuesta" y que, aunque volase sólo, debía intentar llegar hasta el
centro del Hanakpacha. El cóndor batió sus enormes alas y se elevó hasta llegar
al límite del Hanakpacha. Cuando se detuvo allí para descansar, salió el picaflor
de entre sus alas y voló hasta el mismo trono de Dios[1]
[1] Arnaldo Quispe, El colibrí de oro, 2012.
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